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jueves, 31 de octubre de 2013

JESÚS ES PERDIDO Y HALLADO EN EL TEMPLO






A través de este episodio, Jesús prepara a su madre para el misterio de la Redención. María, al igual que José, vive en esos tres dramáticos días, en que su Hijo se separa de ellos para permanecer en el templo, la anticipación del triduo de su pasión, muerte y resurrección. Al dejar partir a su madre y a José hacia Galilea, sin avisarles de su intención de permanecer en Jerusalén, Jesús los introduce en el misterio del sufrimiento que lleva a la alegría, anticipando lo que realizaría más tarde con los discípulos mediante el anuncio de su Pascua.
Según el relato de Lucas, en el viaje de regreso a Nazaret, María y José, después de una jornada de viaje, preocupados y angustiados por el niño Jesús, lo buscan inútilmente entre sus parientes y conocidos. Vuelven a Jerusalén y, al encontrarlo en el templo, quedan asombrados porque lo ven "sentado en medio de los doctores, escuchándoles y preguntándoles" (Lc 2, 46). Su conducta es muy diversa de la acostumbrada. Y seguramente el hecho de encontrarlo al tercer día revela a sus padres otro aspecto relativo a su persona y a su misión. Jesús asume el papel de maestro, como hará más tarde en la vida pública, pronunciando palabras que despiertan admiración: "Todos los que lo oían estaban estupefactos por su Inteligencia y sus respuestas" (Lc 2, 47). Manifestando una sabiduría que asombra a los oyentes, comienza a practicar el arte del diálogo, que será una característica de su misión salvífica. Su madre le pregunta: "Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando" (Lc 2, 48). Se podría descubrir aquí el eco de los "porqués" de tantas madres ante los sufrimientos que les causan sus hijos, así como los interrogantes que surgen en el corazón de todo hombre en los momentos de prueba.
La respuesta de Jesús, en forma de pregunta, es densa de significado: "Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre?" (Lc 2, 49). Con esa expresión, Jesús revela a María y a José, de modo inesperado e imprevisto, el misterio de su Persona, invitándolos a superar las apariencias y abriéndoles perspectivas nuevas sobre su futuro.
En la respuesta a su madre angustiada, el Hijo revela enseguida el motivo de su comportamiento. María había dicho: "Tu padre", designando a José; Jesús responde: "Mi Padre", refiriéndose al Padre celestial.
Jesús, al aludir a su ascendencia divina, más que afirmar que el templo, casa de su Padre, es él "lugar" natural de su presencia, lo que quiere dejar claro es que él debe ocuparse de todo lo que atañe al Padre y a su designio. Desea reafirmar que sólo la voluntad del Padre es para él norma que vincula su obediencia.
El texto evangélico subraya esa referencia a la entrega total al proyecto de Dios mediante la expresión verbal "debía", que volverá a aparecer en el anuncio de la Pasión (cf. Mc 8, 31).


Jesús decide a los doce años estar en la casa de su Padre, se queda enseñando a los doctores, los cuales se admiran "de su gran inteligencia y sus respuestas", dice la Escritura, es que no se daban cuenta de que Jesús no era un niño cualquiera, era nada más y nada menos que el Hijo de Dios, el mismo Verbo encarnado.
Si bien, era un niño, tenía plena conciencia de su misión en la tierra, él estaba allí para dar a conocer a su Padre, y cuando sus padres lo encuentran él reafirma esto: "¿No saben que estoy en las cosas de mi Padre?".
Es un gran ejemplo de cómo debemos comportarnos con las cosas de Dios, nuestro Padre, el amor por él y su reino debe ser tan fuerte que hace dejar las cosas del mundo, incluso los seres más queridos para cumplir su voluntad, solo eso es lo importante.

A través de este episodio, Jesús prepara a su madre para el misterio de la Redención. María, al igual que José, vive en esos tres dramáticos días, en que su Hijo se separa de ellos para permanecer en el templo, la anticipación del triduo de su pasión, muerte y resurrección.

Al dejar partir a su madre y a José hacia Galilea, sin avisarles de su intención de permanecer en Jerusalén, Jesús los introduce en el misterio del sufrimiento que lleva a la alegría, anticipando lo que realizaría más tarde con los discípulos mediante el anuncio de su Pascua.
 
Y tú, joven, ¿te atreves a aunciar el Reino de Dios como Jesús?

LA ENCARNACIÓN DE JESÚS

 
 
  En el principio existía la Palabra
 y la Palabra estaba con Dios,
 y la Palabra era Dios.
 Ella estaba en el principio con Dios
( Juan 1, 1-2).
 
 
  
 
  Jesús, Dios encarnado, da sentido y valor a nuestras tristezas y a nuestras alegrías, a nuestros esfuerzos, a nuestras luchas, a nuestros sufrimientos, a nuestros triunfos y a nuestros fracasos, a nuestras dificultades y problemas.
Da sentido y valor a nuestra vida y también a nuestra muerte. Con él y en él lo tenemos todo. Sin él no tenemos nada; no somos nada.
En el admirable plan de la donación que Dios hace de sí mismo a la criatura, la Encarnación es el acontecimiento central y culminante, y María ha sido la colaboradora con su fe y con su amor a la unión de Jesús con la humanidad.
La Encarnación es obra de la Trinidad. Se realiza por el Espíritu Santo en comunión con el Hijo. María es verdaderamente Madre de Dios. “En efecto, aquél que ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad” (CCE 495).
Realidad del cuerpo de Cristo
El docetismo (ya en el siglo I) considera que la materia es mala y, en consecuencia, niega que Cristo tuviera un verdadero cuerpo material. El cuerpo de Cristo sería sólo aparente: su nacimiento o su pasión y muerte no fueron reales sino sólo ficticios e irreales.
NT: testimonia que Cristo fue hombre verdadero, con un cuerpo real: desciende de David, fue concebido de María, nació, se cansó, tuvo hambre y sed, durmió, sufrió, derramó su sangre, murió, fue sepultado. Cuerpo de carne y hueso, real y tangible.
Realidad del alma de Cristo
Apolinar de Laodicea (siglo IV): la humanidad de Cristo estaría compuesta solamente de carne y alma sensitiva. El Verbo asumiría la función de alma intelectiva y racional.
Santos Padres: sin alma (sin inteligencia ni voluntad humanas), Cristo no habría redimido al linaje humano, pues no fue sanado lo que no fue asumido Apolinarismo condenado por el Papa San Dámaso y el Concilio Constantinopla I (381). Verdadera naturaleza humana de Jesús: unión del alma y del cuerpo.
Jesucristo es perfecto Dios
Adopcionismo: Cristo no era una persona divina, sino un hombre que recibió una “dynamis” o fuerza divina en el Bautismo que lo hace un hombre superior. No es Hijo de Dios por naturaleza, sino sólo por adopción (ej.: Pablo de Samosata, obispo de Antioquía, condenado y depuesto de su cargo en el año 268).
Arrio (256-336): Subordinacionismo extremo: Hijo creado de la nada, criatura a través de la cual se hicieron las demás cosas. Condenado en Nicea I (325): Cristo es “homousios”, consustancial al Padre.
Siglo XIX y XX: negación de la divinidad del “Jesús de la historia”. Pío X condenó el modernismo (Enc. Pascendi, 1907).
NT: prerrogativas divinas de Jesús:
- Es superior a la Ley: señor del sábado (Mt 12, 1-8).
- Es superior a los profetas y reyes (Jonás y Salomón: Mt 12, 41-42).
- Perdona los pecados, poder exclusivo de Dios.
- Se equipara con Dios en la autoridad (“...Pero Yo os digo...”).
- Pide fe (Jn 14, 1) y amor por encima de todo (Mt 10, 37) que sólo Dios puede exigir, y su aceptación es requisito para la salvación (Mt 10, 32). Incluso pide que se entregue la vida por Él (Lc 17, 33).
NT: su preexistencia al mundo:
Jn 17, 5: “gloria que tuve junto a ti antes de que el mundo existiera”; Col 1, 15-17: creador y conservador del mundo; muchos textos que afirman que ha venido enviado por su Padre: viene “del cielo” (Jn 3,13), “de lo alto” (Jn 8, 23); “ha salido de Dios Padre” (Jn 8, 42), etc.
NT: igualdad de Jesús con el Padre:
Como el Padre actúa siempre, así Jesús da la vida y la salud, incluso en sábado (Jn 5, 17).
Jn 8, 19: “Si me conocierais a mí conoceríais también al Padre”; Jn 10, 38: “El Padre está en mí, y yo en el Padre”; Jn 14, 9: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre”.
Jn 10, 30: “El Padre y yo somos una sola cosa”.
NT: afirmaciones explícitas y directas de su condición divina:
Prólogo del Evangelio de San Juan; Rom 9, 5 (“el cual es sobre todas las cosas Dios bendito por los siglos”); Flp 2, 5-8 (“siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios...”); Tit 2, 13-14 (“esperamos la manifestación gloriosa del gran Dios (...) Jesucristo”).
“Hijo de Dios” en la Sagrada Escritura:
AT: título dado a los ángeles (Dt 32, 8), al pueblo elegido (Ex 4, 22), y a sus reyes (2 Sam 7, 14). Significa entonces una relación particular entre Dios y su criatura. También cuando llama “hijo de Dios” al
Mesías (Salmo 2, 7) los judíos entendían que era un hombre singularmente bendecido por Dios, y no Hijo único de Dios por naturaleza.
NT: Lo que vimos ya muestra que Jesús se declaraba Hijo de Dios en cuanto verdadero Dios nacido del Padre: los judíos lo entendían así y querían matarle por eso; - Jesús distingue: “mi Padre... vuestro Padre” (Jn 20, 17); - Él es “hijo propio” (Rom 8, 3) y Unigénito (Jn 3, 16. 18) del Padre; - Mt 11, 27: “Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino el Hijo...”.
 
http://semillitademostaza.wordpress.com/navidad/la-encarnacion-de-jesus/