“ En el principio existía la Palabra
y la Palabra estaba con Dios,
y la Palabra era Dios.
Ella estaba en el principio con Dios ”
( Juan 1, 1-2).
Jesús, Dios encarnado, da sentido y valor a nuestras tristezas y a
nuestras alegrías, a nuestros esfuerzos, a nuestras luchas, a nuestros
sufrimientos, a nuestros triunfos y a nuestros fracasos, a nuestras
dificultades y problemas.
Da sentido y valor a nuestra vida y también a nuestra muerte. Con él y
en él lo tenemos todo. Sin él no tenemos nada; no somos nada.
En el admirable plan de
la donación que Dios hace de sí mismo a la criatura, la Encarnación es el
acontecimiento central y culminante, y María ha sido la colaboradora con su fe
y con su amor a la unión de Jesús con la humanidad.
La Encarnación es obra
de la Trinidad. Se realiza por el Espíritu Santo en comunión con el Hijo. María
es verdaderamente Madre de Dios. “En efecto, aquél que ella concibió como
hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo
según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de
la Santísima Trinidad” (CCE 495).
Realidad del cuerpo de Cristo
El docetismo (ya en el siglo
I) considera que la materia es mala y, en consecuencia, niega que Cristo
tuviera un verdadero cuerpo material. El cuerpo de Cristo sería sólo aparente:
su nacimiento o su pasión y muerte no fueron reales sino sólo ficticios e
irreales.
NT: testimonia que
Cristo fue hombre verdadero, con un cuerpo real: desciende de David, fue
concebido de María, nació, se cansó, tuvo hambre y sed, durmió, sufrió, derramó
su sangre, murió, fue sepultado. Cuerpo de carne y hueso, real y tangible.
Realidad del alma de Cristo
Apolinar de Laodicea (siglo
IV): la humanidad de Cristo estaría compuesta solamente de carne y alma sensitiva.
El Verbo asumiría la función de alma intelectiva y racional.
Santos Padres: sin alma (sin inteligencia ni voluntad humanas), Cristo no habría
redimido al linaje humano, pues no fue sanado lo que no fue asumido Apolinarismo
condenado por el Papa San Dámaso y el Concilio Constantinopla I (381). Verdadera
naturaleza humana de Jesús: unión del alma y del cuerpo.
Jesucristo es perfecto Dios
Adopcionismo: Cristo no era una persona divina, sino un hombre que recibió una
“dynamis” o fuerza divina en el Bautismo que lo hace un hombre superior. No es
Hijo de Dios por naturaleza, sino sólo por adopción (ej.: Pablo de Samosata,
obispo de Antioquía, condenado y depuesto de su cargo en el año 268).
Arrio (256-336):
Subordinacionismo extremo: Hijo creado de la nada, criatura a través de la cual
se hicieron las demás cosas. Condenado en Nicea I (325): Cristo es “homousios”,
consustancial al Padre.
Siglo XIX y XX:
negación de la divinidad del “Jesús de la historia”. Pío X condenó el
modernismo (Enc. Pascendi, 1907).
NT: prerrogativas divinas de Jesús:
- Es superior a la Ley:
señor del sábado (Mt 12, 1-8).
- Es superior a los profetas
y reyes (Jonás y Salomón: Mt 12, 41-42).
- Perdona los pecados,
poder exclusivo de Dios.
- Se equipara con Dios
en la autoridad (“...Pero Yo os digo...”).
- Pide fe (Jn 14, 1) y amor
por encima de todo (Mt 10, 37) que sólo Dios puede exigir, y su aceptación es
requisito para la salvación (Mt 10, 32). Incluso pide que se entregue la vida
por Él (Lc 17, 33).
NT: su preexistencia al mundo:
Jn 17, 5: “gloria que
tuve junto a ti antes de que el mundo existiera”; Col 1, 15-17: creador y conservador
del mundo; muchos textos que afirman que ha venido enviado por su Padre: viene
“del cielo” (Jn 3,13), “de lo alto” (Jn 8, 23); “ha salido de Dios Padre” (Jn
8, 42), etc.
NT:
igualdad de Jesús con el Padre:
Como el Padre actúa
siempre, así Jesús da la vida y la salud, incluso en sábado (Jn 5, 17).
Jn 8, 19: “Si me
conocierais a mí conoceríais también al Padre”; Jn 10, 38: “El Padre está en
mí, y yo en el Padre”; Jn 14, 9: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre”.
Jn 10, 30: “El Padre y yo
somos una sola cosa”.
NT:
afirmaciones explícitas y directas de su condición divina:
Prólogo del Evangelio
de San Juan; Rom 9, 5 (“el cual es sobre todas las cosas Dios bendito por los
siglos”); Flp 2, 5-8 (“siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser
igual a Dios...”); Tit 2, 13-14 (“esperamos la manifestación gloriosa del gran Dios
(...) Jesucristo”).
“Hijo de Dios” en la Sagrada Escritura:
AT:
título dado a los ángeles (Dt 32, 8), al pueblo elegido (Ex 4, 22), y a sus
reyes (2 Sam 7, 14). Significa entonces una relación particular entre Dios y su
criatura. También cuando llama “hijo de Dios” al
Mesías (Salmo 2, 7) los
judíos entendían que era un hombre singularmente bendecido por Dios, y no Hijo
único de Dios por naturaleza.
NT:
Lo que vimos ya muestra que Jesús se declaraba Hijo de Dios en cuanto verdadero
Dios nacido del Padre: los judíos lo entendían así y querían matarle por eso; -
Jesús distingue: “mi Padre... vuestro Padre” (Jn 20, 17); - Él es “hijo propio”
(Rom 8, 3) y Unigénito (Jn 3, 16. 18) del Padre; - Mt 11, 27: “Nadie conoce al
Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino el Hijo...”.
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