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jueves, 14 de noviembre de 2013

Curación del criado de un centurión

Mt 8, 5-11
Al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión, rogándole:  “Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente”.  Jesús le dijo:  “Yo mismo iré a curarlo”.  Pero el centurión respondió : “Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará.  Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes:  “Ve”, él va, y a otro:”Ven”, el viene; y cuando digo a mi sirviente:  “Tienes que hacer esto”, él lo hace”.
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían:  “Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe.  Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos”.


“Les aseguro que jamás he encontrado en Israel una fe tan grande”.
Qué linda invitación la de la palabra, disponernos ha encontrar la gracia de Dios, de ir con verdad al encuentro del Señor. Cuanta falta de verdad y de entrega, cuantas cosas que el Señor está pidiendo que pongamos a disposición y nosotros no queremos y entonces, el Señor tiene que esperar. Pero no es una espera desesperada, es una espera triste y amargada la del Señor.
Si el Señor sabe del poder de su amor, sabe del gran respeto por el corazón humano, pero también sabe de esa urgencia de la caridad que hay en él. Urgencia que lo llevó a decir aquellas palabras tan significativas de la sagrada escritura, que quizás vengan bien en este tiempo de adviento, como tiempo de conversión, vuelvan a golpear mi memoria y las puertas de mi corazón. He venido a traer fuego a la tierra, como desearía que ya estuviera ardiendo.
Estos son los deseos del Señor. Así es la espera de Jesús. Jesús es el que espera con ardor, con pasión, es el que está disponible y respetuoso, pero atento, esperando la primera oportunidad de mi conversión, cuánto hemos de ayudar y de interceder por nuestros hermanos para que se abra una puertita a la gracia de la conversión. Cuánto hemos de aprovechar este tiempo para pensar en los que están al lado nuestro, cuánto hemos de desear que nuestros hermanos también conozcan a Jesús, cuánto hemos de orar, como aquel soldado romano, con humildad de corazón.
El evangelio nos está planteando también esa disponibilidad fundamental que hemos de tener en este tiempo del adviento. Un corazón llano, sencillo, Isaías dirá que hay que bajar los montes, enderezar los caminos torcidos. Un hombre que al hacer el llamado dice que hay muchas cosas que están quebradas, torcidas, hay muchas soberbias, muchos montes, hay muchas heridas, muchas huellas. Hay que disponer las cosas, allanar el camino.
Qué linda invitación, cuánto podemos hacer para allanar nuestro mundo interior, nuestra existencia. Quizás estamos todavía muy instalados, en muchas posturas o quizás estamos todavía muy rebeldes, o dolidos, o demasiados atento a nuestro dolor, demasiado preocupado por algo que nos hicieron, y seguimos llorando y dando lástima en vez de enfrentar la vida, estamos perdiendo tiempo con cosas secundarias, que le damos mucha importancia, pero no porque sean importantes, quizás el orgullo es lo que es importante.
Mi amor propio, mi soberbia, mi insuficiencia es lo que hace que me mantenga así dolido y herido muchas veces. Hay que ir orientando, allanando esas cosas en nuestro corazón, para que el Señor obre con su gracia. Espera, es tiempo de transformación también para los cristianos.
El Papa decía de este tiempo de espera, como es el adviento que estamos viviendo y como debe ser nuestra espiritualidad, ese embarazo del niñito Jesús, Él tiene que ir madurando en nuestro corazón. El Papa toma las enseñanzas de San Agustín, ilustró de forma muy bella la relación íntima entre oración y esperanza, en una homilía sobre la primera carta de San Juan, San Agustín define la oración como un ejercicio del deseo. El hombre ha sido creado para una gran realidad, para Dios mismo, para ser colmado por Él, pero su corazón es demasiado pequeño para la gran realidad que se le entrega. Tiene que ser ensanchado, Dios retardando su don, ensancha el deseo, dice San Agustín, con el deseo ensancha el alma, y ensanchándola la hace capaz de su don.
Dilatar los corazones como se dilata el cuerpo de una embarazada, como se transforma, así vamos también dilatando a modo de un embarazo, el de una vida que crece nuestro mundo interior, nuestra capacidad, nuestra alma, nuestro corazón, toda nuestra persona se va haciendo dúctil, dócil y disponible para una novedad que va sorprendiendo y que duele, que exige, porque la transformación es un estiramiento que hace que no podamos instalarnos, quedarnos adormecidos, rutinarios, mediocres, cuántas veces el gran llamado a la conversión es salir de nuestra mediocridad.
Estamos en la mitad, buscando en equilibrio, no cansarme demasiado, no entregar todo, cuidar porque no se cómo voy a estar mañana, tenés que pensar un poco más en vos, está muy bien pero será lo que Dios pide, estaremos cuidando lo que Dios nos dio, estaremos administrando desde ese sentido de confiar en el plan de Dios y estar dispuesto a lo que Dios nos pida o solo renunciando a Dios para atraer el centro de una persona, sobre nuestro propio centro limitado, egoísta.

(Fuente: Catequesis de Radio María)

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