Mediante este vídeo descubre quiénes son los verdaderos bienaventurados ante los ojos de Dios.
Mt 5, 1-12
PARA TU LECTURA PERSONAL
Las enseñanzas del Papa han confirmado la conveniencia de publicar esta exposición de las Bienaventuranzas que el autor venía predicando en retiros a fieles, seminaristas y sacerdotes. Diversos oyentes de sus predicaciones han manifestado el deseo de verlas publicadas: “Padre; sería espectacular que pueda publicar las reflexiones sobre las Bienaventuranzas”; “No dejo de admirar la gracia que produce leerlas”; “Son especiales para la cuaresma”; “Me sirvieron mucho para rezar con ellas”; “Quería pedirle permiso para trabajarlas en el grupo de oración”; “Regalé un par de juegos de fotocopias”; “Nunca había escuchado hablar así de las Bienaventuranzas; es como si se corriera un velo que las cubría”; “Hice con ellas mi retiro anual y el Padre entró en mi vida. Desde entonces las retomo en el retiro mensual” “Se las presté a otra Hermana que ha estado orando con ellas y me insiste en que le diga que las publique”; “Siempre me quedaba en felices y no podía profundizar”; “Le doy gracias a Dios por regalarme este escrito ahora, pero más gracias porque puedo entender, me resulta sencillo, despierta deseos de ser de Dios. Sólo de Él.” “Sería bueno sacarlas en forma de librito.”
Este ‘Comentario espiritual’ de las Bienaventuranzas las explica a la luz de las Sagradas Escrituras, mostrando cómo las vivió Jesús y el Padre las realizó en Él. Tiende a mostrar cómo las vivió el Hijo, para ayudarnos a ‘vivir como hijos.’
Querido lector, te invito
a subir conmigo al Monte de las Bienaventuranzas para escuchar de la boca de
Jesucristo en persona lo que nadie más que él pudo enseñar a la humanidad.
Las Bienaventuranzas son el exordio, el comienzo del Sermón de la Montaña. Y, como todo exordio, apuntan a cautivar la atención y a disponer para recibir lo que se va a decir.
Por eso cada una de las Bienaventuranzas comienza con una promesa de felicidad y sigue con un enigma. Todas ellas comienzan prometiendo felicidad, que es lo que todo hombre desea más ardientemente. E inmediatamente intrigan con un enigma, lo cual también sirve a la finalidad de cautivar la atención despertando la curiosidad.
Mueven a reconocer humildemente la propia ignorancia... a preguntarse y a preguntar. De modo que habiendo despertado primero el deseo, se cautiva también la inteligencia poniéndola a cavilar... y a darse humildemente por vencida... y a preguntar lo que no se entiende... como los niños. Pues si no nos hacemos como ellos ante el Padre, nos quedamos fuera del paraíso filial.
La respuesta a estas ocho divinas “adivinanzas” con las que empieza Jesús su primer gran sermón sobre la Montaña es Jesús mismo, su vida, su corazón de Hijo. Del pozo de sí mismo sacará el agua de una sabiduría divina para calmar la sedienta orfandad de la humanidad sin Padre. Es una agua clara que, al decir de Juan de Maldonado, a veces, la multitud de los intérpretes ha vuelto turbia.
La palabra de Jesús es cierta y verdadera. Firme como la roca en la que se ha sentado. El cielo y la tierra pasarán, pero su palabra, que los creó, no pasará. Este hombre tiene palabras de vida. Jamás ningún hombre habló como él. En sus labios nadie encontró engaño ni dolor. Vale la pena escuchar su palabra y ponerla en práctica.
Este es, pues, el comienzo del primer gran sermón de Jesús. Dicho sin parlantes ni grabadores. Me lo imagino allí, sentado sobre ese desnivel de la roca pelada. Sin almohadones. Deseoso de enseñar a los hombres verdades salvadoras de las que están tan necesitados, lo sepan o no.
Lo que Jesús viene a enseñar es lo que él vivió: a vivir como hijos, porque él vivió como Hijo. Es el Hijo eterno, hecho hombre. Vive en su humanidad lo mismo que en su divinidad. En la tierra vivió de cara al Padre tal y como vive en el seno de la Trinidad. Si como Verbo eterno es el eternamente engendrado por el Padre, en una generación sin principio ni fin. Como hombre también se experimenta así, engendrado. Sostenido en el ser de su naturaleza creada y glorificada y configurado a imagen y semejanza perfectísima del Padre. El que es eternamente Dios que se recibe de Dios, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre, es, como hombre, también hombre que se recibe y es asemejado. Recibe el ser del Padre a cada momento, siempre y para siempre, el ser y la creciente semejanza.
Eso es lo que nos quiere enseñar. A vivir recibiéndonos del Padre como un don de su amor. ¿Qué tienes que no lo hayas recibido de Él? Siempre estamos en su presencia como niños que deben recibirlo todo. Si no nos hacemos como niños ante Él, no entramos en el Reino de los Cielos. Es decir no somos hijos, no tenemos comunión de vida con el Padre. Nos quedamos afuera del regocijo de su amor paterno. Ser hijo es tener un “ser” recibido como don de amor, que te hace imagen y te asemeja progresivamente al Padre. Si quisiéramos hacernos a nosotros mismos, darnos el ser, asemejarnos más a Él por propia obra y esfuerzo, nos pondríamos a hacer ejercicio ilegal de la divinidad. Estamos hechos para aceptar y acoger libre y gozosamente el ser que recibimos del Padre. Y no hay felicidad mayor.
Sobre el origen y el estilo de este libro
Encontrarás reunidas en estas páginas, querido lector, las fichas empleadas en retiros, cerrados o abiertos, predicados a seminaristas, sacerdotes, religiosos y en parroquias a fieles en general. Estas fichas se reparten a los oyentes para ayudarles a seguir el hilo de la predicación. Pero ante cada auditorio, y en atención a él, el Señor agrega o quita de la boca del predicador lo que Él quiere; inspira y modula el tono, traslada los énfasis. Siempre dice Jesús, a través del predicador, cosas que hasta el mismo predicador encuentra nuevas. Esa vida de la Palabra no puede encerrarse en estas páginas que son como una foto instantánea de una enseñanza del Resucitado que no termina nunca de decirlas a los hombres.
Para publicar las fichas, sin embargo, las he pulido y retocado algo más, aprovechando de esas enseñanzas recibidas mientras predicaba con ellas. Con todo, siguen siendo un guión, un manualito o como “apuntes de clase”. Quedan abiertas y piden estudio y meditación personal. Con la Sagrada Escritura a mano o con el complemento de comentarios de otros autores. He preferido que mantuvieran ese estilo. Primero porque no otra cosa es el texto mismo de Mateo respecto del Sermón efectivamente pronunciado por Jesús, del cual nos guardó sólo un extracto. Inspirado, pero extracto al fin. Y en segundo lugar porque aconseja San Ignacio al que da los Ejercicios, proponer “los puntos con breve o sumaria declaración”, de modo que la persona que contempla, los medite y considere por sí mismo. El estilo de estas fichas está a mitad de camino entre los puntos breves y un desarrollo completo del pensamiento.
Las Bienaventuranzas son el exordio, el comienzo del Sermón de la Montaña. Y, como todo exordio, apuntan a cautivar la atención y a disponer para recibir lo que se va a decir.
Por eso cada una de las Bienaventuranzas comienza con una promesa de felicidad y sigue con un enigma. Todas ellas comienzan prometiendo felicidad, que es lo que todo hombre desea más ardientemente. E inmediatamente intrigan con un enigma, lo cual también sirve a la finalidad de cautivar la atención despertando la curiosidad.
Mueven a reconocer humildemente la propia ignorancia... a preguntarse y a preguntar. De modo que habiendo despertado primero el deseo, se cautiva también la inteligencia poniéndola a cavilar... y a darse humildemente por vencida... y a preguntar lo que no se entiende... como los niños. Pues si no nos hacemos como ellos ante el Padre, nos quedamos fuera del paraíso filial.
La respuesta a estas ocho divinas “adivinanzas” con las que empieza Jesús su primer gran sermón sobre la Montaña es Jesús mismo, su vida, su corazón de Hijo. Del pozo de sí mismo sacará el agua de una sabiduría divina para calmar la sedienta orfandad de la humanidad sin Padre. Es una agua clara que, al decir de Juan de Maldonado, a veces, la multitud de los intérpretes ha vuelto turbia.
La palabra de Jesús es cierta y verdadera. Firme como la roca en la que se ha sentado. El cielo y la tierra pasarán, pero su palabra, que los creó, no pasará. Este hombre tiene palabras de vida. Jamás ningún hombre habló como él. En sus labios nadie encontró engaño ni dolor. Vale la pena escuchar su palabra y ponerla en práctica.
Este es, pues, el comienzo del primer gran sermón de Jesús. Dicho sin parlantes ni grabadores. Me lo imagino allí, sentado sobre ese desnivel de la roca pelada. Sin almohadones. Deseoso de enseñar a los hombres verdades salvadoras de las que están tan necesitados, lo sepan o no.
Lo que Jesús viene a enseñar es lo que él vivió: a vivir como hijos, porque él vivió como Hijo. Es el Hijo eterno, hecho hombre. Vive en su humanidad lo mismo que en su divinidad. En la tierra vivió de cara al Padre tal y como vive en el seno de la Trinidad. Si como Verbo eterno es el eternamente engendrado por el Padre, en una generación sin principio ni fin. Como hombre también se experimenta así, engendrado. Sostenido en el ser de su naturaleza creada y glorificada y configurado a imagen y semejanza perfectísima del Padre. El que es eternamente Dios que se recibe de Dios, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre, es, como hombre, también hombre que se recibe y es asemejado. Recibe el ser del Padre a cada momento, siempre y para siempre, el ser y la creciente semejanza.
Eso es lo que nos quiere enseñar. A vivir recibiéndonos del Padre como un don de su amor. ¿Qué tienes que no lo hayas recibido de Él? Siempre estamos en su presencia como niños que deben recibirlo todo. Si no nos hacemos como niños ante Él, no entramos en el Reino de los Cielos. Es decir no somos hijos, no tenemos comunión de vida con el Padre. Nos quedamos afuera del regocijo de su amor paterno. Ser hijo es tener un “ser” recibido como don de amor, que te hace imagen y te asemeja progresivamente al Padre. Si quisiéramos hacernos a nosotros mismos, darnos el ser, asemejarnos más a Él por propia obra y esfuerzo, nos pondríamos a hacer ejercicio ilegal de la divinidad. Estamos hechos para aceptar y acoger libre y gozosamente el ser que recibimos del Padre. Y no hay felicidad mayor.
Sobre el origen y el estilo de este libro
Encontrarás reunidas en estas páginas, querido lector, las fichas empleadas en retiros, cerrados o abiertos, predicados a seminaristas, sacerdotes, religiosos y en parroquias a fieles en general. Estas fichas se reparten a los oyentes para ayudarles a seguir el hilo de la predicación. Pero ante cada auditorio, y en atención a él, el Señor agrega o quita de la boca del predicador lo que Él quiere; inspira y modula el tono, traslada los énfasis. Siempre dice Jesús, a través del predicador, cosas que hasta el mismo predicador encuentra nuevas. Esa vida de la Palabra no puede encerrarse en estas páginas que son como una foto instantánea de una enseñanza del Resucitado que no termina nunca de decirlas a los hombres.
Para publicar las fichas, sin embargo, las he pulido y retocado algo más, aprovechando de esas enseñanzas recibidas mientras predicaba con ellas. Con todo, siguen siendo un guión, un manualito o como “apuntes de clase”. Quedan abiertas y piden estudio y meditación personal. Con la Sagrada Escritura a mano o con el complemento de comentarios de otros autores. He preferido que mantuvieran ese estilo. Primero porque no otra cosa es el texto mismo de Mateo respecto del Sermón efectivamente pronunciado por Jesús, del cual nos guardó sólo un extracto. Inspirado, pero extracto al fin. Y en segundo lugar porque aconseja San Ignacio al que da los Ejercicios, proponer “los puntos con breve o sumaria declaración”, de modo que la persona que contempla, los medite y considere por sí mismo. El estilo de estas fichas está a mitad de camino entre los puntos breves y un desarrollo completo del pensamiento.
Acerca de las
Bienaventuranzas en general
1) Las Bienaventuranzas son el prólogo o el exordio del Sermón de la Montaña. Son promesas de felicidad y al mismo tiempo enigmas. Encienden nuestro deseo y despiertan nuestra intriga. Ellas son también, en cierta manera, como el resumen y la esencia cifrada de todo lo que Jesús enseña en el Sermón de la Montaña.
2) "El Sermón de la Montaña – y dentro de él las Bienaventuranzas - es el retrato más fiel de Jesucristo que podamos tener y, en consecuencia, es el modelo de vida más exacto que él mismo nos haya propuesto. Y también nos revela los rasgos que el Espíritu Santo quiere reproducir en nosotros. A fin de modelarnos y con-formarnos con la imagen y semejanza del Hijo de Dios."
3) "El Sermón de la Montaña propone un programa de vida vivida en la fe en el Hijo de Dios y en un espíritu filial ante el Padre celestial."
4) En el Sermón de la Montaña Jesús es el Maestro que:
1) Las Bienaventuranzas son el prólogo o el exordio del Sermón de la Montaña. Son promesas de felicidad y al mismo tiempo enigmas. Encienden nuestro deseo y despiertan nuestra intriga. Ellas son también, en cierta manera, como el resumen y la esencia cifrada de todo lo que Jesús enseña en el Sermón de la Montaña.
2) "El Sermón de la Montaña – y dentro de él las Bienaventuranzas - es el retrato más fiel de Jesucristo que podamos tener y, en consecuencia, es el modelo de vida más exacto que él mismo nos haya propuesto. Y también nos revela los rasgos que el Espíritu Santo quiere reproducir en nosotros. A fin de modelarnos y con-formarnos con la imagen y semejanza del Hijo de Dios."
3) "El Sermón de la Montaña propone un programa de vida vivida en la fe en el Hijo de Dios y en un espíritu filial ante el Padre celestial."
4) En el Sermón de la Montaña Jesús es el Maestro que:
5) De
ese modo, el Padre cumplirá en ellos sus promesas, como antes las cumplió con
Jesús. No es otra cosa lo que Jesús tiene para enseñarnos: vino a enseñarnos
con su ejemplo y su palabra a vivir como Hijos de Dios. No vino a traer
doctrinas esotéricas, sino esta única y divina sabiduría. Y esta sabiduría y
vida divina de hijos, se ofrece a todos los hombres.
6) “Jesús – dijo Juan Pablo II - no se limitó a proclamar las Bienaventuranzas; también las vivió. Al repasar su vida, releyendo el Evangelio, quedamos admirados: el más pobre de los pobres, el ser más manso entre los humildes, la persona de corazón más puro y misericordioso es precisamente él, Jesús. Las Bienaventuranzas no son más que la descripción de un rostro, su Rostro. Al mismo tiempo, las Bienaventuranzas describen al cristiano: son el retrato del discípulo de Jesús, la fotografía del hombre que ha acogido el reino de Dios y quiere sintonizar su vida con las exigencias del Evangelio. A este hombre Jesús se dirige llamándolo "bienaventurado". La alegría que las Bienaventuranzas prometen es la alegría misma de Jesús: una alegría buscada y encontrada en la obediencia al Padre y en la entrega a los hermanos.”
7) La doctrina de Jesús no es diversa de su vida. Es su vida misma convertida en contenido de su enseñanza. Por eso, no hay mejor comentario para las palabras de la enseñanza de Jesús, cuando no entendamos lo que quiere decir, que observar su propia vida. Por ejemplo, si queremos saber qué significa "poner la otra mejilla" (Mt 5,39; Lc 6,29) tenemos que contemplar a Jesús en su Pasión, respondiendo al siervo del pontífice que acaba de golpearlo en el rostro: "si he hablado mal prueba en qué; y si no, ¿por qué me pegas?" (Juan 18, 23) Jesús pone la otra mejilla exponiéndose a un castigo mayor al pedir explicaciones. Lejos de una actitud de cobardía y achicamiento, Jesús muestra así su valentía, su coraje.
8) Para comprender el alcance y el significado de las Bienaventuranzas (Mateo 5, 1-12), el mejor camino es ver cómo las vivió Jesús y cómo se cumplieron en él lo que prometen.
¿Ideales imposibles? ¿Ley impracticable? ¿Mandamientos imposibles de cumplir? ¡No! ¡Promesas del Padre! ¡cumplidas en Jesús, en María, en los santos y ofrecidas a todos los que quieran vivir como el Hijo.
9) Y por ser promesas del Padre a los que vivan como hijos, para comprenderlas hay que considerar atentamente cómo las vivió Jesús y cómo el Padre le cumplió las promesas.
10) De hecho, las Bienaventuranzas se oponen punto por punto a las normas de vida y a la jerarquía de valores corrientes por el que se rige, en la práctica, el “hombre de hoy” en el mundo moderno.
6) “Jesús – dijo Juan Pablo II - no se limitó a proclamar las Bienaventuranzas; también las vivió. Al repasar su vida, releyendo el Evangelio, quedamos admirados: el más pobre de los pobres, el ser más manso entre los humildes, la persona de corazón más puro y misericordioso es precisamente él, Jesús. Las Bienaventuranzas no son más que la descripción de un rostro, su Rostro. Al mismo tiempo, las Bienaventuranzas describen al cristiano: son el retrato del discípulo de Jesús, la fotografía del hombre que ha acogido el reino de Dios y quiere sintonizar su vida con las exigencias del Evangelio. A este hombre Jesús se dirige llamándolo "bienaventurado". La alegría que las Bienaventuranzas prometen es la alegría misma de Jesús: una alegría buscada y encontrada en la obediencia al Padre y en la entrega a los hermanos.”
7) La doctrina de Jesús no es diversa de su vida. Es su vida misma convertida en contenido de su enseñanza. Por eso, no hay mejor comentario para las palabras de la enseñanza de Jesús, cuando no entendamos lo que quiere decir, que observar su propia vida. Por ejemplo, si queremos saber qué significa "poner la otra mejilla" (Mt 5,39; Lc 6,29) tenemos que contemplar a Jesús en su Pasión, respondiendo al siervo del pontífice que acaba de golpearlo en el rostro: "si he hablado mal prueba en qué; y si no, ¿por qué me pegas?" (Juan 18, 23) Jesús pone la otra mejilla exponiéndose a un castigo mayor al pedir explicaciones. Lejos de una actitud de cobardía y achicamiento, Jesús muestra así su valentía, su coraje.
8) Para comprender el alcance y el significado de las Bienaventuranzas (Mateo 5, 1-12), el mejor camino es ver cómo las vivió Jesús y cómo se cumplieron en él lo que prometen.
¿Ideales imposibles? ¿Ley impracticable? ¿Mandamientos imposibles de cumplir? ¡No! ¡Promesas del Padre! ¡cumplidas en Jesús, en María, en los santos y ofrecidas a todos los que quieran vivir como el Hijo.
9) Y por ser promesas del Padre a los que vivan como hijos, para comprenderlas hay que considerar atentamente cómo las vivió Jesús y cómo el Padre le cumplió las promesas.
10) De hecho, las Bienaventuranzas se oponen punto por punto a las normas de vida y a la jerarquía de valores corrientes por el que se rige, en la práctica, el “hombre de hoy” en el mundo moderno.
11) ¿Nos predica el Sermón de la Montaña una moral inaplicable
en lo concreto? ¿Nos sitúa ante un ideal imposible? Parecería que en las
Bienaventuranzas, Jesús se complaciera en poner la felicidad y la
bienaventuranza en todo lo que nos repugna y nos asusta. 12) Lo que pasa es que vivir como hijos de Dios Padre es algo distinto que el modo de vivir del hombre natural y aún de la elevada justicia de los judíos piadosos. El hombre natural se inclina a poner la felicidad en el bienestar. Los escribas y fariseos en la guarda de los mandamientos. Lo que Jesús describe es un modo de vivir que, o bien se recibe de manos del Padre o es, en verdad, inalcanzable. Nadie puede alcanzarlo por sí mismo. Sería como darse el ser a sí mismo, sin intervención de un padre. La bienaventuranzas revelan que la felicidad no consiste en el bienestar sino en el amor de hijos al Padre y en recibirlo todo del Padre viviendo en su amor.
13) El Sermón de la Montaña sería una moral inaplicable y un ideal imposible si solamente nos ofreciera una ley como las demás: un texto, un código de conducta, una serie de mandamientos. Pero las Bienaventuranzas son principalmente promesas, ofertas, invitaciones. Promesas de la acción del Espíritu santo en el corazón del hombre. Lo que tienen que hacer los que aspiran a vivir como hijos, es, antes que nada, creer en las promesas del Padre, cumplidas en Jesús y que Jesús nos hace en la Bienaventuranzas. Las Bienaventuranzas contienen las promesas y la revelación de lo que el Espíritu Santo quiere llevar a cabo en nuestras vidas, si nos prestamos a su acción por la fe y la caridad: hacernos vivir como Hijos del Padre. Para los hombres es imposible, pero para Dios todo es posible.
14) Las Bienaventuranzas son promesas de que a los que vivan como Jesús, el padre les dará lo mismo que dio a Jesús "El que quiera ser mi discípulo niéguese a sí mismo cargue su cruz y sígame... quien pierda su vida por mí y por el evangelio, ese la salvará." (Marcos 9, 34-35) San Ignacio de Loyola propone la invitación de Jesús a seguirlo en estos términos "Quien quisiere venir conmigo ha de trabajar conmigo, porque siguiéndome en la pena también me siga en la gloria."
15) Comentaremos una por una cada Bienaventuranza tratando de comprenderlas a la luz de la vida de Jesús, el Hijo de Dios. Cómo la vivió Jesús y cómo el Padre le cumplió la promesa que cada Bienaventuranza contiene.
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